Cuando era niña, iba al ministerio de niños los sábados con mi abuela. Significaba un merecido descanso para mis padres y tardes divertidas de juegos y conexión con mi abuela. Después de unos años —y muchas invitaciones fervientes de su parte—, mis padres también comenzaron a asistir a la iglesia.
En 2009, a los 13 años, me bauticé. Desde entonces, serví en todos los ministerios que me lo permitieran. Y mis padres también. Eventualmente, mi hermano también se unió. Decir que estábamos involucrados en la iglesia sería quedarnos cortos.
Cuanto más vas a un lugar, mejor lo conoces—a ese lugar y a su gente. Para bien y para mal. Con el tiempo, me di cuenta de que las personas a las que había admirado casi toda mi vida eran simplemente eso: personas. Y las personas fallan. Dirán cosas y harán cosas que no entenderás. Cosas que dolerán.
Elijamos ser pacientes, amables y fieles al intentar crear vínculos con quienes han sido heridos por la Iglesia.
He pasado por mis propias heridas con la Iglesia. Algunas grandes y otras pequeñas. Algunas que me alejaron por mucho tiempo. Pero Dios nunca abandona a Sus hijos, y Él me trajo de vuelta a casa.
Ahora, a los 29 años, miro atrás y pienso en esa versión más joven de mí. En lo roto que todo se sentía. En cómo el camino de regreso parecía imposible. Pero, más que nada, en lo crucial que fue tener hermanos y hermanas que me amaron y recorrieron conmigo el camino de regreso, sin importar cuánto tiempo tomara.
Si hoy tuviera una conversación con mi yo más joven —o con cualquier persona que haya sido herida por la Iglesia de alguna manera—, estas serían las cosas que tendría presentes.
Sé paciente
No esperes sanar años de dolor en cinco minutos. Lo que esa persona vivió probablemente tomó más tiempo que eso, y le ha dolido por aún más tiempo. Que se abra contigo y te cuente lo que vivió tomará tiempo. Probablemente requerirá más de una sola conversación.
Estamos llamados a “gozarnos con los que se gozan y llorar con los que lloran” (Romanos 12:15). Así que escucha y llora con ellos. Reconoce su dolor, camina con ellos en medio de su sufrimiento. Y cuando llegues a la conversación número quince y sientas que no ha habido ningún avance, descansa en saber que Dios está usando esas conversaciones para cumplir Sus propósitos.
Sé amable
“Mi problema no es con Dios, es con la gente de la Iglesia”. Lo entiendo. Muchos cristianos tienen una manera muy al estilo de Pedro-cortando-una-oreja-con-su-espada al acercarse a quienes han sido heridos por la Iglesia. Y, de cierta forma, también lo entiendo. Sentimos una especie de necesidad de defender a Jesús y a la Iglesia de esas cosas horribles e incorrectas que algunos podrían estar diciendo.
Entiende que su visión actual de Jesús y de la Iglesia está marcada por experiencias pasadas dolorosas con personas que actuaron en nombre de Jesús, pero de maneras que Jesús jamás aprobaría. También, entiende que Jesús puede soportar los comentarios hirientes y perdonarlos (y nosotros también deberíamos hacerlo).
Ahora te toca a ti mostrarles, no solo con tus palabras sino también con tus acciones, quién es Jesús: alguien que es manso y humilde, que vino a servir y no a ser servido, y que caminará con ellos en medio de la tormenta. El ego de Jesús no es frágil, y nosotros tampoco tenemos que serlo.
Sé fiel
No tomes los dos primeros puntos anteriores como si dijera que debes diluir el mensaje del evangelio. Estamos siendo cuidadosos en cómo entregamos el mensaje, pero no estamos cambiando lo que decimos.
Este punto fue determinante en mi proceso.
Yo conocía a Jesús. Sabía cómo era Él. La disonancia llegó cuando veía que Su gente no caminaba como Él lo haría, pero decían que así era como Él caminaba. Pero una vez que esos hermanos y hermanas fieles, que me amaban, comenzaron a caminar a mi lado con paciencia y amabilidad, tal como Jesús lo haría, las cosas empezaron a cambiar.
Jesús está cerca de quienes están heridos, buscando consolarlos, restaurarlos y reconciliarlos Consigo mismo. Nosotros también debemos hacerlo.
Si esa fue mi experiencia, como creyente, como alguien que conocía a Jesús, imagina que tu única idea de quién es Él esté basada exclusivamente en una experiencia dolorosa. Tu concepto de quién es Jesús estaría completamente distorsionado. Elijamos ser pacientes, amables y fieles al intentar crear vínculos con las personas que han sido heridas por la Iglesia.
Para sellar esta carta, añadiría: No es tu responsabilidad cambiar su forma de pensar, sanar sus corazones ni traerlos de vuelta a la iglesia con alegría. Si Dios así lo quiere —y nuestra esperanza es que así sea—, el Espíritu hará la obra en ellos y regresarán a su debido tiempo. Tu tarea es seguir teniendo estas conversaciones, seguir haciendo que Jesús sea verdaderamente conocido tal como es: manso y humilde de corazón. Él está cerca de los que están heridos, buscando consolarlos, restaurarlos y reconciliarlos Consigo mismo. Nosotros también debemos hacerlo.