“Me he estado preparando para esto durante años, y no es tan emocionante como pensé que sería”. Debajo de estas palabras de nuestra compañera de trabajo había mucha desilusión porque después de un mes en el extranjero había más sentimientos de hastío que de heroísmo. Había una gran diferencia entre la rutina diaria de la vida en el campo misionero y las historias inspiradoras que ella había oído de misioneros que hablaban sobre enormes movimientos de Dios entre las naciones.
Con demasiada frecuencia, los misioneros o los que entusiasman a otros a dedicar sus vidas entre los no alcanzados pintan inadvertidamente un cuadro monocromático de un movimiento emocionante que Dios está llevando a cabo entre las naciones de la tierra. Le dicen a los que aspiran ser misioneros: “No hay mejor manera de invertir tu vida, que dedicarla a las naciones de la tierra” y “¿acaso, no quieres ver a grupos étnicos como los uigures en la China tener la oportunidad de oír el evangelio antes de morir?”.
Cuando se desvanece la emoción de las misiones
Los que llaman a otros a las misiones echan gasolina a este celo por las misiones con viajes de corta duración, estudios bíblicos y biografías victoriosas de misioneros. Cuando la joven misionera llega al campo misionero, ella cree que está incorporándose a lo único que Dios está haciendo. Ella cree que la emoción inevitable que siente se traducirá en encuentros con Dios y en días llenos de significado. Al igual que la gasolina, ella arde, por un ratito.
Luego, viene el choque del idioma. El nuevo misionero descubre que no puede comunicarse tan claramente como lo haría un niño pequeño. Luego viene el choque cultural. ¿Por qué estas personas hacen eso de esa manera? ¿Nadie aquí tiene sentido común? Luego siguen las primeras rondas de enfermedad. Nuevos virus y bacterias hacen estragos en los cuerpos de los miembros de la familia. Los desvelos, los vecinos ofendidos inadvertidamente y el no poder hacer muchas cosas por sí mismo puede desanimar y desmotivar con rapidez al nuevo misionero. ¿Hay una mejor estrategia para movilizar, preparar y capacitar a los misioneros para las realidades de la vida en el extranjero?
El modelo bíblico: Una vocación de sufrimiento
Cuando Dios designó al apóstol Pablo para predicar el evangelio a las naciones, el Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque él es Mi instrumento escogido, para llevar Mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los israelitas…”. Estas palabras motivan e inspiran a la acción, pero el Señor no se detuvo aquí. Continúa diciendo: “… porque Yo le mostraré cuánto debe padecer por Mi nombre” (Hechos 9:15-16). Cuando Jesús envió a los doce en el primer viaje misionero registrado en la historia, les dijo que esperaran ser como ovejas en medio de lobos y que enfrentarían traición, azotes y acusaciones legales (Mateo 10:5-25). Al parecer Dios tiene un método más balanceado para movilizar a las personas de los que nosotros tenemos. Él promete que los misioneros sufrirán y producirán fruto.
Dios promete que los misioneros sufrirán y producirán fruto.
La Escritura indica que Pablo aprendió sus métodos de llamar a otros a las misiones directamente de Cristo. En 2 Timoteo 1:8, Pablo exhorta a su hijo en la fe con las siguientes palabras: “… participa conmigo en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios”. Pablo repite este mismo llamado y palabras de exhortación tres veces más en esta misma carta (2:3, 2:9, 4:5). El apóstol conocía este sufrimiento de primera mano, como lo relata con frecuencia en sus cartas.
El llamado a sufrir
En un artículo reciente, Ryan Martin argumenta que el llamado a las misiones es un llamado a sufrir. Pero, ¿por qué es bueno el sufrimiento para los que a través del liderazgo del Espíritu Santo y la confirmación de las iglesias van a las naciones? John Piper ha argumentado, basado en Colosenses 1, que es a través de sus sufrimientos, no solo de sus palabras, que los misioneros llevan el evangelio a las naciones.
Todos aquellos a quienes sirven los misioneros viven en un mundo quebrantado. Los misioneros deben aprender a mantener la esperanza en medio del sufrimiento, resplandecer como luminares en el mundo, haciéndolo todo sin murmuración ni queja (Filipenses 2:14-15). Cuando participan del sufrimiento de Cristo, exhiben la belleza de la esperanza al mundo, y tienen la oportunidad de dar razón de la esperanza que tienen (1 Pedro 3:8-22). Su esperanza en la recompensa celestial por el sufrimiento terrenal se fundamenta en el evangelio que comparten (2 Corintios 4:13-18).
Experimentando el sufrimiento como una familia
Para mi propia familia, el sufrimiento se ha presentado en muchas formas. Hemos hecho frente a compañeros de equipo con crisis de salud mental que los ha llevado a abandonar el campo misionero. Hemos visto amigos nacionales que han sufrido intensa persecución. Tanto nosotros como nuestros hijos hemos luchado con meses de enfermedad y trauma emocional. Nos hemos trasladado cinco veces durante nuestra vida en el extranjero, y dos de estos traslados no fueron nuestra decisión. Uno de nuestros padres sufrió y murió de una enfermedad horrible y debilitante en el término de unos pocos meses. Ahora bien, suma: el choque cultural, nuestro propio pecado, el conflicto en el equipo, la soledad, el aislamiento y la presión diaria de las iglesias, y muchas veces el peso de este sufrimiento es abrumador.
La mayoría de esas adversidades no han sido mitigadas por movimientos poderosos de Dios en los lugares en que hemos servido. La obra de Dios ha sido como Jesús la describió: lenta como una semilla que germina, imperceptible como el viento que sopla y gradual como la levadura que aumenta el tamaño de la masa del pan. El trabajo rara vez ha sido glamoroso, pero Dios siempre ha sido bueno.
¿Cómo podemos cambiar la cultura de llamar a otros a las misiones para ser más bíblicos? Las iglesias, las organizaciones y los candidatos a misioneros deben examinar con atención el aspecto del sufrimiento en la tarea misionera.
Promoviendo una visión bíblica
Las iglesias y los que están formando misioneros, deben buscar a los que han experimentado sufrimiento y han exhibido perseverancia, carácter y esperanza que solo viene a través de la adversidad y una respuesta piadosa a esta. Con demasiada frecuencia, se anima a las iglesias a enviar a los mejores, lo que se traduce en los que tienen más dones, en los que tienen potencial de un mayor ministerio o que han demostrado producir gran cantidad de fruto.
Por favor, envíen misiones con grandes dones, pero asegúrense también que tengan gran perseverancia y carácter piadoso.
¿Y, si, en cambio, envían a los que tienen más cicatrices, a los que han sufrido mucho, pero aun quebrantados siguen sirviendo y caminando en la fe? ¿Y, si, los que envían comienzan a ver el sufrimiento como una parte esencial del proceso? Considera a Hudson Taylor, que antes de ir a la China, pasó meses viviendo con privaciones y sacrificio, tratando de entrenarse para sobrevivir con menos. Por favor, envíen misioneros con grandes dones, pero asegúrense también que tengan gran perseverancia y carácter piadoso.
La tentación es terminar con historias de triunfo y transformación, pero no se nos prometen grandes historias del campo misionero. Sin embargo, si se nos promete que algunos plantarán, otros regarán, pero solo Dios da el crecimiento (1 Corintios 3:6). Este crecimiento podría no suceder durante nuestras vidas.
La tentación es terminar con historias de triunfo y transformación, pero no se nos prometen grandes historias del campo misionero.
Sin duda, queremos ver iglesias saludables entre los pueblos y lugares no alcanzados, pero no se nos promete que lo veremos con nuestros ojos, y sin duda no se nos promete que lo veremos sin dificultades y pruebas. No hemos sido llamados a ser superestrellas. Hemos sido llamados a ser personas que están dispuestas a sufrir por su nombre.