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Como Dios me dio un corazón por las naciones

Desde el inicio de mi caminar cristiano, el Señor me enseño que el mayor problema de la humanidad es su separación de Dios. Más adelante me mostró que Él se deleita en buscar y salvar al perdido. Finalmente, me hizo entender que Él quiere usar a Su pueblo para esta tarea. La historia de cómo Dios me llevó de tener una vida centrada en mí misma a servirle en misiones transculturales, es un testimonio de Su fidelidad en dar a conocer Su salvación en toda la tierra.  

Estaba cursando mi último año de secundaria cuando el Señor me dio un nuevo corazón y mi vida empezó a tomar un rumbo diferente. Poder ver y entender quién es Jesús dio inicio a una transformación de mis afectos, mi mente, mi voluntad y mi sentido de propósito.  

No pasó mucho tiempo antes de que Dios abriera mis ojos a la necesidad de Cristo a mi alrededor, y pusiera en mi el deseo ferviente de que otros también pudieran conocerlo. La Gran Comisión me quedó clara. El mandato a hacer discípulos me era indiscutible. La conclusión de Pablo en 2 Corintios 5 la percibí como propia, y el ministerio de la reconciliación me pareció urgente. 

Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión:  que Uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por  todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel  que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de ahora en  adelante ya no conocemos a nadie según la carne. (2 Corintios 5:14–15)  

Como nueva creyente, estaba llena de gozo y amor por el Señor. Mis pensamientos acerca del futuro giraban en torno a cómo Dios podría usar mi vida para revelarse a otros. Pero, a pesar de la pasión que ardía en mi corazón, todavía había mucho por entender y madurar.  

La iglesia local

Después de considerar múltiples opciones, al finalizar la secundaria decidí estudiar una carrera universitaria. Mientras estuve en la universidad tuve la oportunidad de crecer en la iglesia local, donde Dios me permitió conocerlo más íntimamente y amarlo más profundamente. Todo lo que había podido ver y entender en la emoción de un primer amor, fue explicado y profundizado a través de Su Palabra en el contexto de la iglesia local.  

Desde el púlpito vi a otros amar y respetar la Palabra de Dios, y aprendí a hacer lo mismo. Allí fui retada y animada al ver vidas rendidas completa y gozosamente a la causa de Cristo. Uno de mis pastores me enseñó—y modeló—que no bastaba con que Cristo sea fuerael Señor de una parte de mi vida, ni siquiera de la mayor parte de mi vida, sino que debía rendirle a Él toda mi  vida.

No bastaba con que Cristo fuera el Señor de una parte de mi vida, ni siquiera de la mayor parte de mi vida, sino que debía rendirle a Él toda mi vida.

La iglesia me enseñó a tener cuidado de mi misma, y a ver toda mi vida—y no solo mi servicio—como un acto de adoración. Una y otra vez, Su Palabra quebrantó mi corazón y forjó mi carácter. Fue en la iglesia donde a través del servicio desarrollé dones y talentos que desconocía, y que luego Dios usaría en diferentes contextos.  

Fue durante esos años en la iglesia local que las emociones se convirtieron en convicciones y donde el Señor me llenó de Él para poder vaciarme en otros. Al finalizar la universidad, el deseo de vivir para que otros pudieran conocerlo había sido alimentado, fortalecido y moldeado. Sabía que quería estar entre aquellos que aún no habían escuchado acerca de Jesús.

Desde entonces Dios, quien es fiel a Sus propósitos, guió cada paso. Después de la universidad fui a estudiar teología y misiones en el seminario. Todo lo que parecía improbable desde el punto de vista humano, Él lo hizo posible. Desde el consejo que recibí de pastores hasta la aprobación de mis padres—uno de ellos un no creyente—Dios dejó bien claro que el poder proviene de Él y no de nosotros mismos. Cuatro años después, Dios abrió la puerta que me permitió servir a tiempo completo entre grupos no alcanzados.  

El proceso es parte del llamado

Pasaron 10 años desde cuandoconocí al Señor hasta que llegué al campo misionero. Fue un período de tiempo que no sabía que necesitaba, pero que Dios utilizó para arraigar mi corazón en Él. A medida que avanzaba, nunca supe qué pasaría después—todavía hoy no lo sé—pero al mirar atrás puedo ver que Dios ha mostrado ser fiel y suficiente a lo largo del camino. La obediencia siempre será un camino seguro, y un camino de gozo. Él me ha enseñado a confiar en Él, a vivir por fe y no por ver.  

Antes de darme un corazón por las naciones, Dios me dio un corazón por si mismo.

Antes de darme un corazón por las naciones, Dios me dio un corazón por si mismo. Descubrí que mientras más conocía a Dios, más lo amaba. Y al amarlo, mi vida se  inclinaba hacia lo que Él ama. Cuando somos llamados de muerte a vida, también somos llamados a buscar y pensar en las cosas de arriba. Si hemos sido adoptados como hijos, nuestro propósito está atado a nuestra nueva identidad. Todo lo que somos y hacemos se trata de glorificar Su nombre, hasta el día que toda lengua confiese a Jesús como Señor, y el conocimiento de la gloria de Dios cubra toda la tierra.

Daisy Báez-Castillo está sirviendo en el extranjero entre grupos de personas no alcanzadas. Originaria de la República Dominicana, fue cautivada por Cristo a los 17 años. Se graduó con una maestría en misiología del Southern Baptist Theological Seminary.

LESS THAN 1% OF ALL MONEY GIVEN TO MISSIONS GOES TO UNREACHED PEOPLE AND PLACES.

That means that the people with the most urgent spiritual and physical needs on the planet are receiving the least amount of support. Together we can change that!