Hace unos meses, mi esposa y yo estábamos sentados a orillas de un lago cuando vimos una pequeña columna de humo elevándose desde el pasto. Al acercarnos, notamos que se había iniciado un pequeño fuego. Pudimos extinguir el fuego y evitar daños mayores. Unos días después, leímos sobre un incendio forestal que se había extendido por una ciudad cercana con efectos devastadores.
Lo aterrador del pecado es que comienza de manera pequeña. Es como una cerilla que cae al suelo en un campo y quema una sola hoja de hierba. Pero, con el tiempo, se propaga y, si no se extingue, se convierte en un incendio forestal descontrolado que destruye todo a su paso. El pecado comienza con un pequeño deseo, pero eventualmente lleva a la muerte espiritual.
El pecado comienza con un pequeño deseo, pero eventualmente lleva a la muerte espiritual.
A menudo pensamos en el pecado como un mal hábito que necesitamos romper, en lugar de una condición de muerte y rebelión. En realidad, el pecado es cualquier pensamiento, palabra o acción que se opone a Dios (1 Juan 3:4). Separa a cada persona de Dios y representa una ofensa contra él (Isaías 59:2). El pecado distorsiona, engaña y, en última instancia, conduce a la muerte eterna.
Mientras los aspirantes a misioneros se preparan para servir en el campo, es ciertamente importante estudiar la Biblia cuidadosamente, pasar tiempo en otras culturas, aprender de mentores y practicar nuevos idiomas. Sin embargo, es aún más importante dar prioridad al carácter piadoso.
Si vamos a alcanzar a los 3.2 mil millones de personas que aún no han escuchado el evangelio, necesitamos hombres y mujeres comprometidos a luchar contra el pecado y a deleitarse en Jesús. Al considerar cómo combatir el pecado y crecer en santidad, es útil entender lo que la Biblia dice acerca del pecado y sus efectos.
El pecado es el rechazo de Dios como Rey
El pecado es, ante todo, el rechazo de Dios como rey. En lugar de seguir el plan de Dios, cada uno de nosotros decidió perseguir otras cosas y gobernar en lugar de Dios. Cada uno de nosotros ha buscado bienes menores como placer, logros, aprobación, comodidad y control para alcanzar significado, alegría y valía en lugar de dirigirnos al Señor, que es el dador de toda buena dádiva.
Hoy en día, queremos los beneficios del reino sin la soberanía del Rey. Queremos ser los gobernantes de nuestras propias vidas. Algunos de nosotros nos entregamos a la autoindulgencia y otros nos entregamos a la autojustificación, pero ambos son igualmente pecaminosos.
Ya sea que busques vivir sin ley como el Hijo Pródigo o cumplir la ley como un Fariseo, no has entendido el punto. En nuestro pecado, hemos rechazado a Dios, la fuente de nuestra vida, alegría y propósito. Por lo tanto, el pecado es nuestro rechazo de Dios como Rey al intentar de coronarnos a nosotros mismos como gobernantes.
El pecado destruye nuestras relaciones con los demás
Pero el pecado no solo afecta nuestras vidas espirituales. Todo el cosmos ha sido arruinado por los efectos del pecado, y nuestra rebelión ha roto nuestra relación con Dios y con quienes nos rodean. Este es un fruto de la caída.
El pecado no es simplemente una elección que hacemos. Es algo que hemos heredado de los primeros padres de la humanidad. Cada persona ha sido destituida de la gloria de Dios por su propia elección y por la elección de Adán y Eva (Romanos 3:23). En Génesis 3:6–7, Adán y Eva desobedecieron a Dios en el Jardín del Edén y los efectos de la caída se pueden percibir incluso hoy en día a través de lo que se llama “pecado original” (Génesis 3:16–19).
El pecado original es la inclinación o tendencia natural de cada persona hacia el pecado. El pecado nos afecta incluso antes de nacer. No somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores. Piensa en un niño pequeño, no tienes que enseñarle a ser egoísta, malo o mentiroso.
Nacen con una tendencia natural hacia el egoísmo, al igual que el resto de nosotros. No nacemos en un estado bueno, ni siquiera neutral. Nacemos en pecado. Es precisamente por esto que la muerte espiritual es tan preocupante, nos afecta a todos antes de venir a Cristo.
Al considerar la posibilidad de servir como misionero, necesitamos reconocer cómo nuestro pecado afectará nuestras relaciones con otras personas. Cuando nos frustramos con nuevas culturas, necesitamos humildad. Cuando tenemos conflictos con nuestros equipos, necesitamos reconocer nuestra pecaminosidad innata. Si vamos a superar los desafíos del campo misionero, necesitamos llevar nuestros pecados al Señor.
El pecado debería llevarnos al arrepentimiento.
Entonces ¿Cómo deberíamos responder a nuestro pecado? Debería llevarnos a reconocer dicho pecado y apartarnos de él para confiar y obedecer a Dios. Esto es un regalo de la gracia de Dios y, junto con la fe en Cristo, es necesario para la salvación. Juan Calvino, un teólogo del siglo XVI, dijo una vez que el arrepentimiento es el “verdadero retorno de nuestra vida a Dios”.
Podemos esforzarnos más y más para superar nuestro pecado, pero si lo hacemos sin abrazar a Jesucristo, fracasaremos una y otra vez.
Este arrepentimiento “surge de un temor puro y sincero” hacia Dios y lleva a los cristianos no solo a rechazar nuestro pecado, sino a lanzarnos a la gracia y misericordia de Jesús.
Podemos esforzarnos más y más para superar nuestro pecado, pero si lo hacemos sin abrazar a Jesucristo, fracasaremos una y otra vez. Para vencer la tentación, debemos depender no de nuestra fuerza, sino del Espíritu de Dios que está en nosotros.
Si eres un aspirante a misionero y estás luchando con el pecado, recuerda que Cristo no está enojado contigo. Los autores puritanos nos recuerdan que su corazón compasivo late más fuerte que nunca con tierno amor por ti. La compasión de Cristo se despierta cuando ve tus aflicciones y tus pecados.
La compasión de Cristo es para el pecador y el afligido. Su compasión es para el afligido y los que hacen el mal. En otras palabras, su compasión es para ti. Jesús vino a revertir los efectos del pecado de Adán y Eva en el jardín. Vuélvete hacia él y arrepiéntete de tu pecado, confiando en que te ama y se preocupa por ti.