Jesús nos manda a predicar el evangelio, a bautizar y a enseñar a los que creen a guardar todo lo que Él nos ha mandado. La Gran Comisión deja claro lo que debemos hacer, pero no es tan clara sobre cuándo las personas se convierten en creyentes. ¿Cuándo experimenta una persona una nueva vida en Cristo? ¿Cómo deberíamos pensar sobre la conversión en las misiones?
La conversión sigue siendo la misma
Nuestra comprensión de la conversión no debería cambiar según nuestro contexto. Ya sea que experimentemos la regeneración en un pequeño pueblo en Polk County, Wisconsin, o en Addis Adaba, Etiopía, la conversión sigue siendo la misma. La conversión es la respuesta personal de los individuos al evangelio, la cual Dios hace posible, apartándose de su pecado y de sí mismos (arrepentirse) y confiando en Jesús como Salvador y Señor (creer). El medio de gracia puede variar, pero la gracia de Dios no cambia. Tanto los convertidos del área rural de Estados Unidos como los del área urbana de Etiopía experimentan el arrepentimiento auténtico y la fe genuina en la obra de Jesucristo. En la conversión, nos apartamos de nuestro pecado y nuestra rebelión contra un Dios santo y experimentamos una nueva vida en Jesús (Juan 3:3).
La conversión es la respuesta personal de los individuos al evangelio, la cual Dios hace posible, apartándose de su pecado y confiando en Jesús como Salvador y Señor.
La conversión nos cambia. Empezamos a derribar los ídolos para honrar y glorificar a Cristo. Empezamos a alegrarnos en Cristo sin importar las pruebas o las dificultades que se nos presentan en el camino (Santiago 1:3). Por último, en la conversión, recibimos el Espíritu Santo que nos sella como creyentes y nos recuerda que Dios nos preservará hasta el final.
Cuando los que se convierten son perseguidos entre los pueblos y lugares no alcanzados, debemos tener presente cuán necesario es tener una comprensión correcta de la conversión. Aun en aquellos lugares donde hay una fuerte presencia cristiana, los seguidores de Jesús pueden experimentar rechazo y riesgo de ser marginados por sus amigos y familias. Entonces, necesitamos recordar por qué la obra de la salvación en Cristo es superior a cualquier riesgo. Jesús es digno de que nos apartemos del pecado.
La conversión ocurre por la gracia de Dios
El evangelio nos enseña que no podemos salvarnos a nosotros mismos del juicio de Dios (Romanos 3:10). No somos capaces de hacerlo porque no podemos cumplir con el estándar de la justicia de Dios. Sin embargo, somos “…justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús”. (Romanos 3:23-24). En Romanos 10:13-17, Pablo nos asegura que aquellos que invocan el nombre del Señor serán salvos.
Sin embargo, Pablo continúa señalando la importancia y la bienaventuranza de aquellos que Dios envía. Aquellos que invocan a Dios no pueden hacerlo si no creen. No pueden creer si no oyen. No pueden oír si no les ha sido predicada la palabra de Dios por aquellos que Dios envía (Romanos 10:14-17). Los pastores y los misioneros que fielmente predican la palabra de Cristo son enviados por Dios. Por eso, cuando alguien se arrepiente de su pecado y se rinde a Cristo, no podemos tomar el crédito por ello. Dios recibe toda la gloria cuando derrama su Espíritu sobre el indigno pecador.
Preferiría ver unos pocos convertidos que amen a Jesús con toda su vida que muchos que profesen tener fe pero no han experimentado una auténtica conversión.
La meta final de la conversión
La meta de la conversión en las misiones es glorificar a Jesús y hacer discípulos que amen a Jesús basados en la nueva vida que reciben (2 Corintios 5:16-21). Preferiría ver unos pocos convertidos que amen a Jesús con toda su vida que muchos que profesen tener fe pero no han experimentado una auténtica conversión.
Como pastores y misioneros, debemos enseñar con esmero a nuestra congregación lo que la Biblia enseña sobre la conversión. Como seguidores de Cristo, debemos ser intencionales con nuestro mensaje de esperanza e intencionalmente acompañar a los que experimentan la conversión. Que el Señor bendiga nuestros esfuerzos, y que podamos ver en nuestros días una multitud que experimente el gozo de la conversión (Jeremías 17:7).