“La evangelización no es solo un asunto de enseñar, instruir e impartir información a la mente”, afirmaba J.I.Packer, “la evangelización incluye el esfuerzo de provocar una respuesta a la verdad que se enseña”. Esta cita va al meollo del asunto, casi siempre complejo y difícil, de cómo compartir el evangelio con un ateo.
Como cristianos, con frecuencia deseamos tener una relación más profunda con Dios y pensamos en ello con emoción profunda. Aunque la Escritura nos manda “predicar el evangelio”, nuestros esfuerzos para comunicar nuestra fe se enfrentan a menudo con temor y temblor. Tememos nuestro llamado a evangelizar, no solo porque dudamos de nuestras propias habilidades retóricas, sino además porque sabemos intuitivamente que las meras palabras carecen del poder para comunicar la totalidad de nuestra experiencia con Dios.
Una historia que tiene sentido
Tenemos la tarea de guiar a los no creyentes hacia algo supremo; algo que no solo satisface nuestros anhelos sino también cambia la dirección de nuestros pensamientos y acciones hacia una vida virtuosa y real. El cristianismo es la única historia que le da sentido a los problemas universales y, al mismo tiempo, provee la solución para ellos mediante la realidad histórica de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Los cristianos debemos entender que la naturaleza única de nuestro mensaje es importante a medida que avanzamos hacia la meta de ser embajadores ante un mundo quebrantado.
El cristianismo es la única historia que le da sentido a los problemas universales y, al mismo tiempo, provee la solución para ellos mediante la realidad histórica de Jesucristo.
Toda persona que conocemos en última instancia anhela volver al Edén con Dios, porque él nos creó para tener comunión con él. Como nuestro Creador, nos implantó un sentido de su existencia (Romanos 1:20). Así deberíamos pensar los cristianos sobre todas las personas. Antes de prepararnos mentalmente para compartir nuestra fe con aquellos que niegan a Dios, debemos entender que Dios nos hizo a todos a su imagen (Génesis 1:26-27). Llevamos esta imagen en la búsqueda de la suya. Los cristianos hemos recibido un llamado divino, no tan solo de responder a las objeciones a nuestra fe de manera racional sino a hablar la verdad de tal manera que, mediante el poder del Espíritu, los no creyentes sean cautivados por Cristo.
El corazón de nuestro testimonio
Los cristianos evangelizamos el mundo. En el corazón de nuestro mandato a evangelizar está la disposición de ver a las personas como Dios las ve. Dios nos creó y nuestros corazones anhelan estar con él. Esto es cierto incluso para los que niegan que Dios existe. Los ateos, como los llamamos, son buscadores de la verdad y están tratando de encontrar las respuestas a las preguntas fundamentales de la vida. Imaginemos, entonces, un encuentro en el cual estamos conversando con una persona que cree que Dios no existe. ¿Cómo deberíamos interactuar con esta persona? Aquí hay cinco sugerencias.
1. Escucha con atención
Primero, debemos entender que escuchar con atención es crucial para tener una conversación significativa sobre el evangelio. Escuchar con atención implica entender la perspectiva de la persona con quien estamos conversando. Puesto que somos seres complejos, nuestras creencias son por lo general una amalgama de experiencias y reflexiones, y se necesita el deseo de escuchar para entender a los que están en nuestro entorno. Un ateo podría dudar de lo que afirmamos sobre una base intelectual, pero después de escucharnos podría llegar a comprender que sus verdaderas objeciones se basan en las emociones o son meramente juicios caprichosos. Sin embargo, no sabremos cuáles son sus objeciones y necesidades específicas, si primero no nos humillamos lo suficiente para escucharlo y conocerlo.
Escuchar con atención es crucial para tener una conversación significativa sobre el evangelio.
2. Identifica los temas más importantes
Segundo, todas las personas racionales tienen una opinión sobre las preguntas fundamentales de la realidad. Algunas reflexiones universales para incluir: nuestro origen como humanos; el significado y el propósito de nuestras vidas; nuestro destino eterno después de la muerte. El ateísmo, como un conjunto de suposiciones aceptadas, tiene sus opiniones sobre estas preguntas fundamentales, y muchos ateos están abiertos y ansiosos por compartir sus respuestas. Deberíamos intencionalmente dirigir la conversación hacia esos temas claves y comparar los puntos de vista.
3. Define los términos
Tercero, es crucial entender que un ateo podría tener definiciones diferentes para términos comunes. La manera como entendemos palabras tales como: Dios, dioses, religión, iglesia y pecado puede influir la sustancia y el tenor de la discusión. Sin duda, para ser sensibles con la forma en que una persona define términos, nosotros mismos tenemos que ser capaces de definirlos claramente. Esta es una de las muchas razones por la que es tan importante pensar sobre nuestra fe y estudiar la Escritura. Nuestros términos definen nuestra misión. La Escritura define nuestros términos.
4. Cultiva la curiosidad
Comprometernos con la vida de la mente como cristianos nos lleva al cuarto punto: cultivar la curiosidad. En 1 Pedro 3:15 leemos que debemos estar “siempre preparados” o “siempre listos” para dar razón de la esperanza que tenemos en Cristo. Estar preparados implica que tenemos que ser curiosos sobre las ideas que han dominado a lo largo de la historia humana.
Como cristianos, no debemos tener miedo de los puntos de vista y las ideas que contienden entre sí. Al cultivar una curiosidad real en cuanto a las afirmaciones de cosmovisiones que se contraponen, un cristiano puede desarrollar confianza cuando comparte su fe. Además, demostrar incluso un conocimiento básico del ateísmo indica que queremos sinceramente tener un diálogo productivo y que respetamos sus opiniones, aunque no las compartamos.
Al entender y estudiar la cosmovisión de un ateo, uno puede señalar las debilidades de su punto de vista comparado al del cristianismo. ¿Pueden hacer realidad sus puntos de vista de manera auténtica y consistente? Ellos creen que vienen de la nada, no tienen un propósito final, no van a ningún lado después de morir. ¿Cuáles son las implicaciones de estas creencias en la manera como viven e interactúan con otros? Estas son preguntas honestas que pueden tener un tremendo impacto al evangelizar cuando vienen de alguien que es curioso y respetuoso.
5. Sé como Cristo
Por último, es importante recordar que el deseo de interactuar con un ateo no debe surgir del deseo de ganar una discusión, sino de una disposición de humildad. En otras palabras, un testigo que imita a Jesucristo. G. Campbell Morgan escribió en su hermoso libro The Great Physician [El gran médico, inglés] que Jesús trataba con las personas de manera única y universal.
Jesús sabía que Dios creó a cada persona de manera única y que no hay una metodología simple que abarque a todas las personas. Pero, también conocía las verdades universales que son pertinentes a toda la humanidad. Jesús sabía que todos compartimos una necesidad de ser salvados y ser reconciliados con nuestro Creador. Cuando Jesús se encontró con las personas, él satisfizo intelectual, espiritual, física y emocionalmente sus necesidades. Este debería ser nuestro modelo a seguir al encontrarnos con personas que afirman ser ateas. Queremos trabajar conjuntamente con el Espíritu Santo para provocar una respuesta que los dirija hacia la salvación en nuestro Señor Jesucristo.