Últimamente, ha habido mucha discusión en círculos evangélicos sobre la centralidad de la iglesia local en las misiones. Esto ha desenterrado un desafío subyacente sobre cómo las agencias misioneras pueden ser fieles a la Gran Comisión al apoyar a las iglesias locales. Pero antes de adentrarnos en este tema sorprendentemente complicado, permíteme hacer una pregunta. En la vida real de un misionero en el campo, ¿quién toma las decisiones difíciles y serias en la vida del misionero?
¿Quién toma las decisiones?
Aquí tienes un ejemplo de la vida real de un misionero que era miembro de la iglesia local iraquí que yo pastoreaba en Erbil. Cuando bombas iraníes cayeron cerca de la iglesia, surgió la pregunta de si este misionero debería reubicarse. Entonces, ¿quién tomó la decisión? ¿Fueron los ancianos de nuestra iglesia local iraquí? ¿O la iglesia del misionero en su país de origen? ¿Acaso fue una decisión independiente por parte del misionero? No, el departamento de recursos humanos de la gran agencia misionera anuló a los tres, trasladándolo a él y a su familia a otro país, a pesar de que todos los demás estaban de acuerdo en que debería haberse quedado.
Quizás fue una buena decisión; a veces, irse de la ciudad es lo correcto. Mi preocupación no fue la decisión específica, sino más bien que el conflicto reveló quién era la verdadera autoridad en la vida del misionero: el departamento de recursos humanos. Sin embargo, cuando los departamentos de recursos humanos se imponen sobre las iglesias están excediendo la autoridad bíblica y no son sinceros en su servicio.
Cuando los departamentos de recursos humanos se imponen sobre las iglesias están excediendo la autoridad bíblica y no son sinceros en su servicio.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
Hay razones por las que la centralidad de la iglesia local en las misiones parece ser un tema nuevo. No es que de repente hayamos descubierto la importancia de la iglesia en las misiones. Durante siglos, la conversación no fue necesaria. Desde los tiempos del Nuevo Testamento hasta las primeras agencias misioneras modernas, se asumía que la estrategia misionera del Señor era su iglesia.
Las agencias misioneras modernas comenzaron en los siglos XVIII y XIX, cuando misioneros cristianos en Occidente comenzaron a aventurarse más allá de sus países de origen para compartir su fe y brindar asistencia humanitaria en tierras extranjeras.
La primera fue la Sociedad Misionera Bautista, formada en 1792 por William Carey, el “padre de las agencias misioneras”. Por supuesto, recordamos a Carey por su dedicación a la traducción de la Biblia en la India. Pero cualquier estudio sobre Carey muestra que él, como pastor bautista, consideraba que el establecimiento de la iglesia era de máxima importancia.
Si William Carey es el padre, se sorprendería de su descendencia. En los últimos 200 años, las agencias misioneras se han diversificado, abarcando diversas denominaciones religiosas y grandes organizaciones paraeclesiásticas independientes. Las razones pragmáticas por las que Carey formó una agencia siguen siendo en gran medida las mismas para las agencias existentes.
Son un centro que moviliza las actividades misioneras. Se ocupan de los problemas financieros como la recaudación de fondos y la contabilidad. Reclutan, capacitan y entrenan a misioneros, participando en la planificación estratégica para el trabajo en lugares difíciles. Durante dos siglos, las agencias entendieron claramente que debían someterse a la iglesia que enviaba misioneros para establecer iglesias autónomas donde eran enviados.
¿Qué hemos perdido?
Las agencias se han convertido en una empresa global multimillonaria que abarca una asombrosa variedad de ministerios. Hoy en día, hay ministerios paraeclesiásticos que prestan servicios a ministerios paraeclesiásticos que a su vez sirven a agencias misioneras paraeclesiásticas. Pero con el surgimiento de estas organizaciones, algunas de las cuales superan ampliamente en tamaño y experiencia misionera incluso a las megaiglesias más grandes, surgen algunos inconvenientes. Existen varios, pero permíteme señalar dos.
La pérdida de la rendición de cuentas
En primer lugar, a medida que las agencias se vuelven más grandes y antiguas, se vuelven más independientes financieramente y pueden operar aparte de la autoridad de la iglesia local. Irónicamente, a medida que la empresa misionera ha crecido, se ha vuelto autosostenible y autónoma, cualidades que por lo general son metas de iglesias plantadas entre indígenas. Aunque todas las agencias misioneras dirían que aman a la iglesia, muchas agencias no tienen un compromiso estructural significativo con la iglesia. En consecuencia, son las agencias que toman las decisiones cuando surgen conflictos.
Además, a medida que dejan de rendirle cuentas a la iglesia, las agencias, y yo diría, que todos los ministerios paraeclesiásticos, pierden su fundamento bíblico. Las orillas del río evangélico están repletas de los restos de agencias misioneras desvirtuadas que una vez fueron muy influyentes, como el Ejército de Salvación o la YMCA.
Confusión eclesiástica
En segundo lugar, hay confusión acerca de la iglesia: lo qué es y lo qué no es, cómo se planta una iglesia, cuáles son los principios bíblicos que la rigen y cuáles aspectos son meramente culturales. Algunas agencias misioneras prohíben a sus misioneros asistir a iglesias locales, lo que genera confusión entre los pueblos indígenas sobre lo que significa ser una iglesia.
Aunque todas las agencias misioneras dirían que aman a la iglesia, muchas agencias no tienen un compromiso estructural significativo con la iglesia.
Por supuesto, algunos misioneros sirven en lugares sin iglesias; otros están en áreas donde la iglesia local está en desorden. En estas circunstancias la tentación es que los equipos misioneros asuman el papel de la iglesia en el campo, aumentando aún más la confusión.
Cuando mi equipo y yo llegamos por primera vez a Oriente Medio, recuerdo a algunos maravillosos misioneros que nos recibieron. Eran piadosos, dedicados, hábiles y dispuestos a guiarnos mientras desempeñábamos el trabajo transcultural. Sin embargo rápidamente nos advirtieron que no nos involucráramos con la iglesia local de nuestra ciudad.
“Podría obstaculizar nuestro ministerio”, decían.
“Bueno, ¿y ustedes dónde se congregan?”, preguntamos.
“Nuestro equipo es nuestra iglesia”, nos dijeron.
Afortunadamente, yo había sido parte de ministerios paraeclesiásticos estudiantiles por muchos años, y aunque amaba nuestras reuniones de equipo, creo firmemente que las reuniones de equipo no son la iglesia. Así que nuestro equipo asumió el reto y ayudó a revitalizar la iglesia que ya existía en nuestra ciudad. Tomó tiempo y esfuerzo, y sí, restó tiempo de “nuestro ministerio” por un tiempo. Pero al final, a medida que la iglesia se volvía vibrante y saludable, proporcionaba una iglesia local sólida para aquellos que luego llegaron a la fe a través de nuestro ministerio.
Cuando las agencias intentan asumir el papel de una iglesia, algo que no pueden hacer, ya que por definición son agencias paraeclesiásticas, eventualmente verán la iglesia como una forma de cumplir “su ministerio” y olvidarán que las iglesias son la misión. Sin embargo, se pueden establecer asociaciones genuinas y útiles entre las iglesias y las agencias misioneras cuando se establecen y respetan los principios correctos.