En 1968, los Beatles viajaron a Rishikesh, India, para aprender Meditación Trascendental (MT) con Maharishi Mahesh Yogi. El retiro espiritual de la famosa banda de rock en medio del movimiento contracultural de los años 60 reveló una creciente y popular fascinación de Occidente por las religiones y la espiritualidad orientales.
Desde la era de la Ilustración, ha existido una fascinación particular entre la intelectualidad occidental por el Oriente, con figuras como Arthur Schopenhauer, Max Müller y Carl Jung. Sin embargo, esta atracción se ha vuelto ahora parte del pensamiento dominante en países como Estados Unidos. Existen tres razones fundamentales por las que las religiones orientales resultan tan atractivas para Occidente en el mundo posmoderno.
Las religiones orientales ofrecen espiritualidad sin las exigencias de una afiliación religiosa
Con la disminución de la influencia de la iglesia y la religión organizada en el ámbito público, junto con una creciente privatización de la religión, ha surgido un aumento de personas que se identifican como “espirituales pero no religiosas”. Una investigación de Barna en 2017 encontró que este grupo sostiene “opiniones poco ortodoxas sobre Dios o se desvía de los puntos de vista tradicionales”. Casi un tercio cree que “Dios representa un estado de conciencia superior al que una persona puede llegar”, una perspectiva más cercana a las religiones orientales que a la fe cristiana.
Las religiones orientales ofrecen la experiencia religiosa sin un compromiso real con una fe objetiva.
Para estas personas, el cristianismo resulta demasiado restrictivo, ya que exige una fe dogmática acompañada de estrictos requisitos morales de santidad y adoración ritual, como la asistencia a la iglesia. Las religiones orientales, en cambio, ofrecen la experiencia religiosa sin un compromiso real con una fe objetiva ni el llamado a tomar la cruz y seguir a Cristo en el camino del sufrimiento. Chuck Colson señaló precisamente este punto hace unas dos décadas cuando escribió:
No es difícil entender por qué las religiones orientales resultan una forma tan atractiva de salvación para una cultura poscristiana. Satisfacen el ego al declarar divina a la persona, y ofrecen una gratificante sensación de “espiritualidad” sin imponer exigencias en términos de compromiso doctrinal o vida ética. Y para hacerlo aún más atractivo, el movimiento de la Nueva Era adapta el pensamiento oriental para encajar en la mentalidad occidental, con su anhelo de progreso ascendente.
Las religiones orientales ofrecen una ética personal sin culpa ni vergüenza
El pecado es un concepto ambiguo y amorfo en las religiones orientales. No existe la idea de transgredir la santa Ley de Dios que lleve a una persona a sufrir la culpa de la condenación eterna de Dios.
En las religiones orientales no hay necesidad de un salvador. No se requiere confesión, ni arrepentimiento de pecado, ni acudir a la cruz de Cristo. Tampoco es necesario buscar el perdón.
En cambio, las religiones orientales ofrecen una experiencia espiritual libre de culpa y vergüenza que permite perseguir un estilo de vida de indulgencia sexual. En la era moderna hipersexualizada, donde la gratificación sexual se considera el indicador definitivo de identidad y realización, estas creencias y prácticas religiosas son vistas como liberadoras y progresistas. Por otro lado, el cristianismo es percibido como arcaico y represivo. Para muchos que crecieron en la iglesia y experimentaron condena por sus estilos de vida pecaminosos, las religiones orientales proporcionan un ambiente tolerante y acogedor, a diferencia de su antigua comunidad religiosa.
Las religiones orientales privatizan la verdad al buscar a Dios en el interior
A diferencia del cristianismo, que siempre ha mantenido una distinción entre Creador y creación, las religiones orientales ven al individuo como divino o parte de lo divino. En la era posmoderna, que promueve al individuo como el ser auténtico y al amor propio como la más alta virtud, las religiones orientales ofrecen una cosmovisión que coloca al individuo en el centro.
Ya no existe un punto de referencia externo, ya sea una institución como la iglesia o un libro como la Biblia, para buscar la verdad trascendental; más bien, se llama a la persona a autorrealizar su conciencia interior para encontrar la verdad. La verdad se construye de manera individual. Así, el ego del individuo es promovido, mientras que los medios externos de gracia, como la Palabra proclamada, los sacramentos y la comunión de los santos, se consideran totalmente innecesarios.
Dado que no existe un marco objetivo de referencia en las religiones orientales, lo que surge es una variedad ecléctica de creencias y sistemas de creencias que varían de persona a persona. Esta característica de seleccionar y construir los propios valores religiosos y morales es ideal para la cultura moderna posverdad, que valora el autodescubrimiento.