La Biblia es la infalible y trascendente Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu (2 Timoteo 3:16). Describe con precisión la común experiencia humana de la vida diaria en nuestra carne caída. En las Escrituras, leemos sobre varios dolores y dolencias físicas, desde las llagas de Job hasta la infertilidad de Sara. Una y otra vez, se nos recuerda que estas fueron personas reales e históricas; con dolores reales que apuntan a una realidad más allá del dolor físico.
Sin embargo, la enfermedad física es un recordatorio suavizado de nuestra condición espiritual. La realidad es mucho más sombría: aparte de Cristo, estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1–3). Si bien no nos corresponde diagnosticar la enfermedad como consecuencia directa de una decisión pecaminosa personal, la enfermedad es una mera sombra de nuestro desesperado estado antes de que el evangelio haga su obra sanadora.
El evangelio proveé sanidad definitiva
Ciertamente no pretendo menospreciar o disminuir el dolor que tantos sufren. Como médico, estoy bien familiarizada con la fisiología de la nocicepción, y como paciente, conozco el dolor de cortes, heridas y moretones.
A veces lo que hace más llevadero el dolor es saber que tiene un propósito bueno, dispuesto por Dios para nuestras vidas.
Pero a veces lo que hace más llevadero el dolor es saber que tiene un propósito bueno, dispuesto por Dios para nuestras vidas. Es útil recordar esto mientras aconsejamos a los pacientes en lugares donde el sistema de salud a menudo tiene poco que ofrecer. El evangelio siempre revive plenamente a los muertos espirituales, incluso cuando las intervenciones médicas proporcionan un alivio físico mínimo.
La sanidad en la Biblia también nos da esperanza de una futura plenitud. Los ciegos reciben la vista y los cojos vuelven a caminar, apuntando hacia la gloriosa realidad de una nueva creación restaurada que Cristo ya ha comenzado en parte al reconciliar a los creyentes consigo mismo.
El alivio del dolor, aunque temporal, nos apunta hacia el día en que no habrá más lágrimas para el pueblo de Dios (Apocalipsis 21:4). Por lo tanto, podemos alegrarnos en la pequeña ayuda que ofrecemos como médicos y alentar a los pacientes a entender el alivio temporal del dolor como un débil anticipo de la futura y eterna alegría en Cristo.
Incluso si no, Dios sigue siendo bueno
Algunos de los casos clínicos más difíciles que he tenido tanto en los Estados Unidos como en el extranjero han surgido al partir de diagnósticos largamente esperados. Los análisis y las imágenes comienzan a indicar una condición crónica, y el paciente y su familia se encuentran bastante reacios a lo que viene después. En sus mentes, he sobre-explicado una situación que esperaban que simplemente desapareciera. He “medicalizado” su anhelo de un milagro, lo que siempre hace que las conversaciones sean difíciles y a veces incita un rechazo total de más ayuda médica.
Existe una cierta tendencia humana a atribuir solo la mejora repentina e inexplicable y la entrega de la enfermedad a Dios. A menudo olvidamos que Él está siempre activo, siempre ordenando y siempre sosteniendo Su creación (Colosenses 1:16–17). Puede deleitarse en sanar a través de la atención médica, a pesar de ella o completamente al margen de ella.
Incluso cuando no elige sanar, Dios es infinitamente gentil y bondadoso. Pablo suplicó que Dios removiera su aguijón, y en cambio, le dio gracia suficiente para soportar (2 Corintios 12:8–10). Nos aferramos a esa verdad mientras servimos en lugares donde reina la superstición y la buena salud física se ve como el resultado de una vida espiritual recta.
“Recibes lo bueno cuando haces lo bueno” es una simplificación excesiva que ha hecho un gran daño en muchas culturas. Debemos modelar el piadoso ejemplo de Pablo de confiar en la buena y suficiente gracia de Dios cuando la sanidad que hemos suplicado no llega.
En la enfermedad, Dios nos habla personalmente de nuestra nociva condición espiritual. Cuando recibimos sanidad física, por completa o incompleta que sea, el Señor nos exhorta a esperar pacientemente nuestra bendita esperanza: la gloriosa aparición del Señor Jesús (Tito 2:13). En Mateo 9:12, Jesús les dice a los fariseos que son los enfermos, no los sanos, quienes necesitan un médico.
Que los dolores y sufrimientos de la vida diaria, incluso las angustias de diagnósticos devastadores, nos hagan más conscientes de la enfermedad propia del pecado que una vez sufrimos estando fuera de Cristo. Que la sanidad física sirva como un débil resplandor del glorioso reino venidero para todo el pueblo de Dios en todo el mundo.