Génesis 1:27 narra que somos hechos a la imagen de Dios. El salmo 139:13 nos recuerda que Dios nos formó con gran detalle y con propósito. En Apocalipsis 7:9 se describe al pueblo de Dios como una familia de creyentes multiétnica y multilingüe de entre todos los pueblos de la tierra. De principio a fin, la Biblia nos enseña que las naciones están en el corazón de Dios. Por esta razón oramos por los no alcanzados.
Vamos a los no alcanzados porque Dios los creó y los formó. Apoyamos financieramente a los misioneros porque Cristo ha muerto por ellos. Y oramos por los no alcanzados porque Dios salvará a gente que ciertamente se encuentra entre ellos.
¿Quiénes son los grupos de pueblos no alcanzados?
Los pueblos y lugares no alcanzados son aquellos entre quienes Cristo es casi desconocido y la iglesia es relativamente insuficiente para darlo a conocer a la población en general sin ayuda externa. Estos dos factores que se usan para identificar a los no alcanzados debería mostrar con claridad porqué la clasificación de no alcanzado es diferente a las de “no salvo” y “perdido.”
Los pueblos y lugares no alcanzados son aquellos entre quienes Cristo es casi desconocido y la iglesia es relativamente insuficiente para darlo a conocer a la población en general sin ayuda externa.
Las personas perdidas en tu entorno tienen acceso a ti, así como a otros cristianos e iglesias. En cambio, los pueblos no alcanzados no tienen manera de oír las buenas nuevas. Ellos están perdidos y no tienen acceso al único mensaje que puede salvarlos.
¿Por qué debemos orar por los no alcanzados?
Aunque se han escrito otros artículos sobre cómo orar por los no alcanzados de manera personal y en tu iglesia, ante todo es importante entender porqué oramos por los no alcanzados.
Somos llamados a orar
La práctica de la oración no es un mero ejercicio al cual dedicarse de vez en cuando. Más bien, la Escritura nos manda a “entregarnos a la oración” y a “orar sin cesar”. Pablo menciona la oración 41 veces y reiteradamente menciona la necesidad de orar. Jesús dijo que los hombres “debían orar en todo tiempo, y no desfallecer” (Lucas 18:1). También dijo a sus discípulos: “…pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha” (Mateo 9:38).
Las expresiones “entregarnos”, “sin cesar”, “en todo tiempo” suelen acompañar el mandato a orar en el Nuevo Testamento. Este lenguaje pone de manifiesto que no es una sugerencia sino un estilo de vida. Por eso, el llamado a orar con fervor es irrefutable.
La oración es un acto de obediencia. Como lo declaró Jesús en Juan 14:15: “Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos”. De manera más precisa, si aman a Dios, ustedes orarán. En 1 Samuel 12:23, Samuel consideraba como un pecado contra el Señor el no orar por los israelitas. Y así lo manifestó: “… lejos esté de mí…”. Pese a la situación difícil que estaba enfrentando, dejar de orar era impensable para él.
La oración tiene poder
La oración es ante todo comunicación entre tú y Dios. Al igual que cualquier relación, la comunicación constante con Dios es vital para nuestra salud espiritual. En la antigua colección de oraciones y devociones puritanas, El Valle de la Visión, leemos: “Hazme saber que el resultado de la oración es sujetar mi voluntad a la tuya, y que si esto no es lo que espero, orar es una locura”.
Cuando enfatizamos el poder de la oración, debemos reconocer que el poder está en el objeto de nuestra oración: Dios. El poder de la oración no depende de nosotros, sino de nuestro Salvador. Oramos con confianza porque oramos a quien tiene poder. Tim Keller lo expresa de esta manera: “Una fe fuerte en una rama débil es irremediablemente inferior a una fe débil en una rama fuerte”. Oramos por los no alcanzados porque nuestro Dios tiene el poder para salvarlos.
La oración une a los creyentes
La oración no se reduce a una determinada nacionalidad, idioma o aspecto demográfico. Lo único que nos habilita para la oración es la justicia, un don que recibimos mediante nuestra unión con Cristo. Santiago 5:16 lo expresa así: “… La oración eficaz del justo puede lograr mucho”.
A través de nuestra oración, renunciamos al pecado y buscamos la justicia. A causa de la gracia maravillosa de Dios, y de que se comparte el evangelio, hay justos orando alrededor del mundo.
Entonces, ¿cómo esto nos une? Hay muchas maneras, pero una que sobresale es que todos los creyentes compartimos la preocupación de Dios por los perdidos. Hacemos sus deseos nuestros deseos en cada área de nuestras vidas. En esto basamos nuestras oraciones. Por eso, los creyentes oramos todos los días. Como un gran coro o una elaborada sinfonía universal, alzamos nuestras voces a los cielos.
El año pasado, experimenté la belleza de este ensamble al unirme a una llamada de zoom con creyentes de otros países. Nos reunimos mensualmente con creyentes del Reino Unido, Estados Unidos, Panamá, Afganistán, Sudáfrica e India para orar por los no alcanzados.
Cuando oramos, cada uno de nosotros oró en su propio idioma. Cuando oramos, el Señor nos unió en torno a una visión común que se presenta en Apocalipsis 7:9. Recordamos que tenemos más en común entre nosotros que lo que tenemos en común con nuestros vecinos no creyentes.
Las naciones están en el corazón de Dios
La Biblia indica claramente que a Dios le importa la gente de cada nación y grupo étnico. El apóstol Pablo nos asegura que Dios no hace acepción de personas (Romanos 2:11). Jesús no vino únicamente por los judíos, sino por las naciones. Las personas de cada nación están en el corazón de Dios. Él ama a las personas de cada grupo étnico.
Oramos por los no alcanzados porque creemos que Dios salvará a gente que se encuentra entre ellos.
Oramos por los no alcanzados porque deseamos que vengan a la fe salvífica en Jesucristo. Oramos por los no alcanzados porque creemos que Dios puede salvar a gente que se encuentra entre ellos. Y oramos por los no alcanzados porque creemos que Dios salvará a gente que se encuentra entre ellos . Oramos con una visión de la eternidad de Apocalipsis 7:9.