A lo largo de generaciones y alrededor del mundo, es común que las mujeres sean más religiosas que los hombres1, especialmente en lo que respecta al cristianismo. Pero ¿nosotros, como iglesia, consideramos el hecho de que las mujeres constituyen la mayoría de nuestras congregaciones como una bendición y una oportunidad para difundir el evangelio? ¿O no consideramos a las mujeres como vitales para alcanzar a las naciones?
Existen diversas oportunidades para que las mujeres sirvan, y diversas formas en las que las mujeres están particularmente dotadas para hacerlo. El corazón de la feminidad es el cuidado. Este aspecto fundamental de su naturaleza adorna el mundo con vida, y aún en su gentileza, “Fuerza y dignidad son su vestidura” (Proverbios 31:25). La Gran Comisión es para todos los discípulos de Cristo, y Dios nos equipa y fortalece a todos, en nuestra singularidad, para compartir el evangelio.
Ella porta la imagen de Dios
Génesis 1 nos revela un Dios que crea un mundo hermoso e introduce dos criaturas únicas a las cuales confía la responsabilidad de cuidarlo. A diferencia del resto de la creación, estos dos seres humanos llevan igualmente la imagen de Dios y son invitados a entrar en relación con él. Dios llama tanto a hombres como a mujeres para cumplir su misión (Génesis 1:26–28). Desafortunadamente, esta asombrosa verdad, en muchas culturas, a menudo se minimiza, y las mujeres son relegadas al estatus de “otras”, o la igualdad se asume como homogeneidad, negando las diferencias únicas entre mujeres y hombres.
Las mujeres han sido dignificadas de manera única y son igualmente responsables de cumplir la misión de Dios.
Pero gracias a Dios, la Escritura corrige ambos errores. Las mujeres han sido dignificadas de manera única y son igualmente responsables de cumplir la misión de Dios. Cristo ejemplifica esto a través de su ministerio al enviarlas en misión, recibiendo su adoración con la misma disposición como lo hizo con sus discípulos varones. Más tarde, en el establecimiento de la iglesia, leemos acerca de muchas mujeres trabajando para difundir el evangelio (Juan 4:39; Lucas 7:50-8:1–3; Filipenses 4:2–3; Romanos 16:1–2).
Kira Nelson lo expresa bien en su artículo “La inversión que las mujeres de tu iglesia necesitan” (inglés) cuando escribe:
Dios nos hizo hombres y mujeres y nos ha dado juntos el encargo de dar a conocer su gloria en toda la tierra. Cuando los pastores y ancianos se unen a las hermanas piadosas y las capacitan para el ministerio, reflejan a su principal Pastor, quien llamó a las mujeres a sentarse a sus pies, seguirlo y declarar las buenas nuevas del evangelio al mundo. Y como lo demuestra la historia, cuando los dones tanto de hombres como de mujeres se emplean de manera significativa en el ministerio, toda la iglesia se edifica para la gloria de Dios.
Su influencia se extiende a lugares más lejanos de lo que nos atrevemos a imaginar
Aunque no ocupen ningún cargo de autoridad, las mujeres piadosas encenderán el mundo para Cristo dondequiera que se encuentren. La historia ha presentado muchos ejemplos de sus extraordinarios logros, desde Perpetua, la mártir cristiana del norte de África en el año 203 d.C., hasta Elisabeth Elliot en el siglo XIX. Su fe serena, pero resiliente, exhibió la fortaleza de mujeres que se atrevieron a construir un legado para el evangelio.
Aunque no ocupen ningún cargo de autoridad, las mujeres piadosas encenderán el mundo para Cristo dondequiera que se encuentren.
Además, aunque en la actualidad el rol de la mujer como principal nutridora de la próxima generación en el hogar ha pasado por tiempos difíciles, muchas historias cuentan de mujeres piadosas cuyo atento discipulado de sus hijos sentó las bases para que ellos fueran firmes y audaces ministros del evangelio. Piensa en Mónica, madre del Padre de la iglesia del norte de África, San Agustín, cuyos consejos y oraciones por él dieron fruto en él después de su muerte. O en Susana Wesley, madre de John y Charles Wesley, cuyo consejo fue constante y precioso para ellos.
Tim Challies escribe,
La historia cuenta de mujeres cuyo amor por la Biblia moldeó a sus primeros y más prominentes maestros y mujeres cuyas oraciones incesantes llevaron a la salvación tan esperada de sus hijos extraviados. Cuenta de mujeres que fueron grandes teólogas, pero cuyos únicos estudiantes fueron sus propios hijos, cuyo único salón de clases fue la cocina. Cuenta de mujeres que sentaron una base temprana en la vida de sus hijos que, a pesar de sus mejores esfuerzos, nunca pudieron socavar.
Cualquier esfuerzo de evangelismo y discipulado está incompleto si no incluye a la mujer ordinaria cuyos dones de influencia dados por Dios inevitablemente tocarán la próxima generación. Ya sea con sus propios hijos o aquellos con los que construyen relaciones dentro de su comunidad, las mujeres piadosas, con sus dones de nutrición y sabiduría, pueden compartir el evangelio y discipular a la próxima generación.
Su compromiso con la sana doctrina
En muchos contextos, la iglesia a menudo tiene más miembros mujeres que hombres, lo que conlleva una combinación de aspectos positivos y negativos. Si bien esto muestra la disposición de las mujeres de volverse hacia Dios, esta tendencia a menudo es aprovechada, en mi contexto, donde las mujeres son a menudo presa fácil de cualquier doctrina caprichosa. Analiza el éxito de cualquier movimiento cultista, y encontrarás que esto es cierto.
La iglesia debe asumir la responsabilidad de capacitar a las mujeres en el evangelio para que no caigan en enseñanzas perjudiciales.
La falta de liderazgo centrado en Cristo para repeler la falsa doctrina a menudo deja a muchas mujeres heridas que resuelven nunca más volver a mirar hacia la iglesia, lo cual es irónico porque la iglesia se supone que debe ser el faro de la verdad (1 Timoteo 3:15). La iglesia debe asumir la responsabilidad de capacitar a las mujeres en el evangelio para que no caigan en enseñanzas perjudiciales que les impidan participar en la misión de Dios de alcanzar a otros. Ya sea hombre o mujer, tener una base teológica sólida y comprensión de las Escrituras es importante antes de ir al extranjero a compartir el evangelio. Con esa base sólida, los creyentes están preparados para conversaciones evangelísticas y esfuerzos de discipulado.
Imagina la magnitud del avance del evangelio que lograríamos si entendiéramos que al alcanzar a cada mujer, las oportunidades de tocar a muchas otras personas se duplican, ya que ella es la madre de la vida y nutre a las naciones, una persona a la vez (Mateo 28:18–20). La cosecha es abundante, así que usemos a cada trabajador con entusiasmo. Una manera de ir a todas las naciones con el evangelio es enseñando y capacitando a mujeres cuya influencia no conoce límites.
1. Pew Research Center. La Brecha de Género en la Religión alrededor del Mundo (inglés) ↵