Poco después de cumplir un año de edad, mi familia se mudó a Asia Central para trabajar con iglesias de un país predominantemente musulmán. A pesar de crecer rodeados de muy pocos cristianos, tanto mi hermana como yo llegamos a conocer a Cristo como nuestro Salvador a una temprana edad. La obra de salvación de Dios en nuestros corazones fue acompañada por un deseo, similar al de nuestros padres, de ver que todo el mundo esté lleno “del conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar.” (Habacuc 2:14). Aquí hay tres cosas que aprendí a través del ejemplo de mis padres sobre el amor de Dios por las naciones y su llamado para nuestras vidas.
Los misioneros fieles son primero cristianos fieles
El llamado de Cristo en nuestras vidas es primero a la salvación y luego a la proclamación. De niña, vi esto en la fiel obediencia de mis padres a Cristo en la monotonía de su vida diaria. No recuerdo una mañana en la que no me despertara para ver a mi mamá sentada en su silla roja favorita, leyendo su Biblia. Durante el camino diario a la escuela, mi papá nunca dejó de orar por mí y por mi hermana. Las caminatas matutinas eran momentos para hacer grandes preguntas o recitar catecismos, y las mañanas en la sala de estar eran momentos para estar en silencio y leer mi propia Biblia.
El llamado de Cristo en nuestras vidas es primero a la salvación y luego a la proclamación.
Esos días probablemente se veían diferentes para mis padres: un padre que oraba desesperadamente por nuestro éxito en la escuela a pesar de un idioma extranjero y clases de Islam; una madre que oraba para que llegáramos a conocer y seguir a Jesús todos los días de nuestras vidas. El amor de mis padres por la Palabra de Dios y sus vidas de oración nos mostraron cómo Cristo nos invita a relacionarnos con él.
Las misiones requieren que el cristiano no se aferre a las cosas de este mundo
A los dieciocho años, me había mudado once veces. Nos trasladamos entre numerosos apartamentos de Asia Central, y durante mis años de adolescencia, el trabajo de mi papá nos llevó a varios años de vivienda temporal en los Estados Unidos. Finalmente, en la secundaria, nos mudamos a una casa propia. Firmando el contrato de la primera casa unifamiliar en la que vivimos, vi a mi mamá agradecer a Dios con lágrimas de alegría por ese regalo en esa temporada de nuestras vidas.
Aunque no lo supe hasta entonces, ella había soñado toda su vida con construir ese tipo de hogar para nuestra familia. Sin embargo, fueron deseos como este los que ella entregó a los pies de Jesús, sabiendo que Dios en su bondad había llevado a su familia a otro lugar. Me criaron con la comprensión de que ninguna casa es permanente y ningún regalo es nuestro para aferrarnos, pero que lo disfrutamos con agradecimiento por una temporada.
Existe una promesa de cien veces más para aquellos que dedican sus vidas a Cristo
Mis padres nunca dejaron de buscar oportunidades para regresar al extranjero. Hace un año, a mi papá se le pidió que regresara a Asia Central para pastorear una iglesia. Después de conversaciones con ancianos de la iglesia que los envía, llamadas por Zoom y viajes internacionales, mis padres aceptaron la posición. Para algunos familiares y amigos, la decisión no tenía sentido. ¿Por qué dejar trabajos, una iglesia amorosa y dos hijas adultas jóvenes? Mis padres no se aferran a las cosas de este mundo porque lo mejor aún está por venir.
“Entonces Pedro le respondió: ‘Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, recibiremos?’. Jesús les dijo: ‘En verdad les digo que ustedes que me han seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de Su gloria […] todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.’” (Mateo 19:27–30)
Porque nuestro Dios reina, vivimos como peregrinos, construyendo su reino en la tierra como en el cielo.
Cuando mis padres dejaron su vida, familia y país por primera vez, la salvación de mi alma estaba incluida en el cien veces más dado por Dios a su ministerio. Hoy, ejerzo mi fe enviándolos, por la alegría del cien veces más que está por venir. Alabado sea Dios por el buen regalo de la familia para amar y lamentar, porque incluso la familia no puede ser nuestro hogar en este mundo.
Porque nuestro Dios reina, vivimos como peregrinos, construyendo su reino en la tierra como en el cielo. Un día, estaremos juntos con Dios y veremos claramente el cien veces más de cada sacrificio que se hizo. Gracias al ejemplo de mis padres, vivo en misión hoy por el futuro prometido en el que mi familia cantará, junto a cada lengua, tribu y nación, alabanzas a la gloria que le corresponde a nuestro Dios.