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Necesitamos el poder de Dios para realizar la misión de la iglesia

Cuando pensamos sobre la importancia de la oración, una pregunta natural que surge es: «¿Qué debemos pedir?». Ora para que la Palabra de Dios realice aquello para lo cual fue dada en el poder del Espíritu.

Recuerda como inicia el libro de Hechos, con los cristianos en el aposento alto, aterrorizados. Ellos sabían que por sí solos no podrían seguir a Jesús ni glorificarlo ni hacer discípulos en todas las naciones. Y lo mismo es cierto para nosotros. No podemos hacer nada de lo que Dios nos ha llamado a hacer en este mundo en nuestro propio poder, y seríamos insensatos si creyéramos lo contrario.

No podemos hacer nada si no es por el poder de Dios

No importa cuán grande sea una iglesia, o cuánto talento tenga, o dones o miembros influyentes en la sociedad, o cuánto dinero tenga en la cuenta bancaria, o recursos terrenales posea. Aparte del poder del Santo Espíritu de Dios, una iglesia no puede hacer nada en este mundo que glorifique a Dios. Por el contrario, una iglesia puede ser muy pequeña, con miembros sin mucho talento, ni dones, sin miembros influyentes, ni muchos recursos ni dinero, pero en el poder del Espíritu Santo, tal iglesia puede mover la naciones para la gloria de Dios.

Se nos ha hecho creer que lo más valioso que poseemos es nuestra fortaleza. Lo más valioso que poseemos es nuestra debilidad, porque cuando somos débiles es cuando más dependemos de la fortaleza de Dios.

¿Lo crees? ¿Crees que podemos lograr más durante el mes entrante, en el poder del Espíritu Santo, que lo que pudiéramos lograr en los siguientes cien años, aparte de su poder? ¿Crees que podrías hacer más durante la próxima semana, en dependencia del Espíritu de Dios, que lo que puedes hacer durante toda tu vida, en tus propias fuerzas?

Si somos honestos, pienso que no creemos esto. Estoy convencido de que no estamos conscientes (yo no lo estoy) de la profundidad de nuestra impotencia ni de la riqueza del poder de Dios. Se nos ha hecho creer que lo más valioso que poseemos es nuestra fortaleza. Pero, en el reino de Dios, lo más valioso que poseemos es nuestra debilidad, porque cuando somos débiles es cuando más dependemos de la fortaleza de Dios (2 Corintios 9-10). Esta realidad debe estar en el corazón de nuestra oración.

Necesitamos que Dios intervenga de manera sobrenatural en nuestra vidas

La oración es donde convergen nuestra impotencia y el poder de Dios. Oramos porque necesitamos que Dios haga algo que no podemos hacerlo solos. Necesitamos con urgencia Su ayuda. Es la misma urgencia que vemos en los equipos de fútbol americano que van perdiendo y en los últimos segundos hacen un pase con la esperanza (o desesperación) de anotar porque no tienen otra opción. La única esperanza es «una intervención divina». Durante el resto del juego, el equipo depende de sus propios recursos y su plan de juego, pero en el momento de desesperación, cuando el tiempo se está terminando y el plan de juego ha fallado, sin ninguna otra opción, la única esperanza del equipo es «hacer una oración de emergencia».

¿Qué ocurriría si viviéramos con ese tipo de desesperación cada día?  ¿Qué pasaría si reconociéramos que nos encontramos constante y desesperadamente en necesidad de la intervención divina? Este tipo de desesperación debería caracterizar la vida de cada cristiano y de cada iglesia local. No podemos hacer nada sin el poder de Dios. Y, después de todo, ¿por qué querríamos hacer algo sin el poder de Dios?

Debemos ser cuidadosos de no olvidar el poder de la oración

Si no somos cuidadosos, la oración puede ser más un complemento a lo que hacemos que fundamental para lo que hacemos. Pasamos horas cada día mirando nuestros teléfonos, mirando las pantallas y corriendo de lugar a lugar, pero pasamos muy poco tiempo solos con Dios en oración. O cuando se trata de nuestras relaciones, pasamos horas realizando todo tipo de actividades con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los vecinos, y otras personas, sin embargo, solo pasamos minutos, si no segundos, con ellos en oración.

Nos olvidamos de que estamos hablando con el Rey todopoderoso del universo, cuya majestad, gloria, belleza, santidad y esplendor va más allá de lo que jamás pudiéramos imaginar.

La misma forma de pensar se transfiere a la iglesia, donde oramos casi como un asunto rutinario, al inicio y al final de la reunión. Incluso, usamos la oración como un medio para hacer transiciones de un punto a otro en los cultos. Esto nos lleva a oraciones mecánicas, sin pensar. Tan pronto como alguien dice: «Oremos», inclinamos nuestras cabezas y en segundos, nuestras mentes se van en mil direcciones distintas. No pensamos en quién es la persona a la que nos dirigimos o quién nos está oyendo. Nos olvidamos de que estamos hablando con el Rey todopoderoso del universo, cuya majestad, gloria, belleza, santidad y esplendor va más allá de lo que jamás pudiéramos imaginar. ¿Cómo es que nos volvimos tan informales al orar? Y ¿por qué con frecuencia somos personas que no oramos?

No orar revela nuestro orgullo y autosuficiencia

Somos individuos que no oramos porque somos orgullosos. Cuando no oramos, esencialmente estamos diciendo: «Dios, no necesitamos tu ayuda». Podemos realizar esa tarea sin ti. Esto me hace pensar: ¿qué si el mayor obstáculo para predicar el evangelio en el mundo hoy no es la cultura permisiva de toda inmoralidad, sino la mentalidad de autosuficiencia de la iglesia? Y ¿podría ser que Dios esté esperando para mostrar Su poder a un pueblo que lo tome seriamente en oración?

Prestemos atención a las palabras de Samuel Chadwick:

El diablo no teme al servicio sin oración, estudios sin oración y religión sin oración. Él se ríe de nuestra sabiduría, se burla de nuestro trabajo, pero tiembla cuando oramos.

Oremos para que la Palabra de Dios cumpla su propósito en nuestras vidas, iglesias y en el mundo, en el poder del Espíritu de Dios, de una manera que resuene para la gloria de Dios.


Este artículo es un extracto adaptado de 12 Traits: Embracing God’s Design for the Church.

David Platt

David Platt sirve como pastor en el área metropolitana de Washington, D.C. Es el fundador de Radical.

David recibió su doctorado del Seminario Teológico Bautista de New Orleans y es el autor de Don’t Hold Back [No te quedes donde estás], Radical, Sígueme, Contracultura, Algo tiene que cambiar, Before You Vote [Antes de votar], así como los varios volúmenes de la serie Christ-Centered Exposition Commentary [Comentario Expositivo centrado en Cristo]. 

Vive junto con su esposa e hijos en el área metropolitana de Washington, D.C.

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