En Lucas 14:26 Jesús declaró a las multitudes: “Si alguien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo”. Al hacer esta declaración disonante, Jesús les está afirmando que su compromiso de seguirlo con fidelidad es incluso más importante que su compromiso con los miembros de sus familias.
Sin embargo, es evidente, en el contexto de toda la Escritura, que nuestro llamado a seguir a Cristo no anula nuestro llamado a cuidar de nuestros hogares. ¿Cómo se ve el obedecer celosamente el llamado al ministerio que Cristo ha puesto en nuestras vidas sin descuidar a los que Él nos ha llamado a nutrir, proteger y proveer?
El llamado a cuidar de los padres ancianos
Cuando somos jóvenes, dependemos de nuestros padres para todo. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, el cuidado se va invirtiendo lentamente. Los hijos se vuelven más independientes de los padres mientras que, con el tiempo, los padres comenzarán a depender de sus hijos para caminar con ellos a través de su vejez.
En Mateo 15, Jesús confronta a los fariseos porque permitían a las personas evadir esta responsabilidad. Ellos podían negarse a cuidar de sus padres en su vejez al decirles piadosas declaraciones como: “Es ofrenda a Dios todo lo mío con que pudieras ser ayudado” (Mateo 15:5). Jesús condena a los fariseos por esto, llamándolos “hipócritas”.
Pablo enseña algo similar, cuando le dice a Timoteo que encargue a la congregación, “a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios… Pero si alguien no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:4–8).
Aunque para nosotros, como discípulos de Cristo, nuestra lealtad será primeramente con Él, Él no nos da la opción de descuidar la atención a nuestros padres en su vejez, incluso por causa de la Gran Comisión. Descuidar a nuestros padres para servir al Señor sería ignorar la clara enseñanza de Aquel a quien buscamos servir.
Muchos pastores y misioneros se han despedido de ministerios fructíferos con el fin de hacer la obra en lugares que estén más cerca de sus padres ancianos, de manera que puedan cuidar de ellos. Cuando queremos obedecer el llamado de Cristo de anunciar el evangelio a nuestros vecinos y las naciones, también debemos ser fieles a Su llamado a cuidar de los que una vez cuidaron de nosotros.
El llamado a cuidar de nuestro cónyuge
Cuando dos personas se convierten en una, ya no tienen la libertad de tomar decisiones unilaterales. Aun cuando en un matrimonio las dos partes están comprometidas con Cristo, tanto el hombre como la mujer deben considerar las necesidades del otro cuando buscan discernir y seguir el llamado de Cristo.
Pedro enseña a los esposos a cuidar de sus esposas con sensatez cuando los insta a que “convivan de manera comprensiva con sus mujeres” (1 Pedro 3:7). Pablo además reconoce abiertamente en 1 Corintios 7 que puede haber cierta tensión entre la vida matrimonial y la vida que busca obedecer la Gran Comisión.
Nuestro llamado para un determinado ministerio nunca debe eclipsar nuestro llamado de amar y cuidar de nuestro cónyuge.
Nuestro llamado para un determinado ministerio nunca debe eclipsar nuestro llamado de amar y cuidar de nuestro cónyuge. ¿Cuántos pastores se han descalificado a sí mismos para el ministerio porque han cuidado de la iglesia a expensas de descuidar a su propia esposa? ¿Cuántos misioneros han regresado del campo misionero con sus matrimonios en ruinas porque se dedicaron a alcanzar a los perdidos a costa de atender a sus esposas?
O, por el contrario, ¿cuántos pastores han honrado su pacto matrimonial al renunciar de sus posiciones para cuidar mejor de su esposa con una condición médica grave? Ya sea que estemos sirviendo en medio de la grey, en otra nación, o entre nuestros vecinos, nunca debemos darle prioridad al ministerio en perjuicio de nuestro matrimonio.
El llamado a cuidar de tus hijos
Como pastor, siempre estoy buscando maneras de cuidar “el rebaño de Dios” (1 Pedro 5:2). Sin embargo, la mayoría de las personas en mi congregación tienen un trabajo de ocho horas, generalmente de nueve a cinco, por lo que el mejor tiempo para el discipulado, el cuidado, o el esparcimiento se traslapa con las horas en que mis hijos pequeños han regresado de la escuela.
Si voy a cumplir con el llamado que Dios me ha dado de “[criar a mis hijos] en la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4), va a requerir que ajuste mi calendario, manteniendo las noches y los fines de semana apartados para mi familia, al mismo tiempo sabiendo cuándo y cómo equilibrar el tiempo para la iglesia.
Nuestro llamado a amar y cuidar de nuestros hijos no queda sin efecto por nuestro llamado a “[hacer] discípulos de todas las naciones” (Mateo 28:19). En realidad, Pablo es explícito cuando enseña que el discipulado del hogar es un requisito para el que quiere ser pastor (1 Timoteo 3:4–5).
Es difícil administrar bien nuestros hogares cuando estamos en la iglesia cuatro noches a la semana. Si eres un pastor, un misionero, una mamá que busca anunciar el evangelio a otros, nunca podemos ignorar las necesidades de nuestros hijos en nuestra búsqueda por satisfacer las necesidades de nuestros ministerios.
Como discípulos fieles de Jesucristo, debemos procurar con celo obedecer todo llamado que el Señor ha puesto en nuestras vidas, indistintamente si es el hogar o las naciones. Que el Señor nos dé la sabiduría que necesitamos para cumplir con nuestros diversos llamados y deleitarnos en saber que estamos caminando en obediencia a nuestro rey.