Vivimos en un mundo donde puede haber lágrimas en medio del gozo (Pr. 14:13). Como creyentes, muchos sino todos nosotros hemos tenido ese sentimiento agridulce de disfrutar grandes risas con esas personas que tanto amamos pero que sabemos que todavía no aman a Cristo. Lo que es más, sentimos esa carga de que aún no hemos compartido las buenas nuevas de Jesús con ellos.
Compartiendo el evangelio durante Acción de Gracias
Ahora que se aproxima la festividad de Acción de Gracias, aquí tres estímulos para que podamos testificar a nuestros familiares.
Comparte tu debilidad
Puede que suene contraproducente, pero es perfectamente apropiado para el Rey que nació en un pesebre y que vivió en un pueblito que ni siquiera lo recibió.
La luz de Cristo brilla a través de personas rotas que admiten sus fracasos y su necesidad de Él.
Tu familia te conoce: no tienes que pretender que lo tienes todo arreglado. Si no has sido el hijo perfecto, si has faltado a algunos cumpleaños importantes, si tus calificaciones no están como deben, si tus hijos se han estado portando mal, o si has pecado contra tus familiares, admítelo. La luz de Cristo brilla a través de personas rotas que admiten sus fracasos y su necesidad de Él. Va a ser refrescante para tus familiares —particularmente en esta cultura moderna de occidente, que abraza el quebranto como algo que está bien— el decir “He cometido errores. Cristo me está cambiando. Estoy tratando de crecer a Su imagen, y Él me perdona así como oro que ustedes me perdonen”.
Siéntete libre de acompañar a Pablo: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero”. Pero había un propósito en esto: “Por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda Su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna”, 1 Timoteo 1:15–16.
Muestra tu gratitud
El Espíritu Santo nos enseña que los hombres están tratando de palpar su camino hacia Dios con tal de encontrarlo (Hch. 17:27). Una manera muy particular en la que todos hacemos esto es el dar gracias: es el máximo reconocimiento de que no somos Dios, de que necesitamos algo más, alguien más, que nos ayude y nos guíe. G.K. Chesterton lo capturó bien: “El peor momento para un ateo es cuando se siente muy agradecido y no tiene a quién darle gracias”.
Se nos ha sido dada la gloriosa oportunidad de demostrar nuestra dependencia de Dios al dar gracias, públicamente, regularmente, y abundantemente. Podemos empezar dando gracias a nuestros familiares por las diversas formas en que nos han servido a lo largo de los años y este año de manera particular. Tendemos a asumir que las personas saben cuán agradecidas estamos, pero esa es una presunción equivocada. Seamos abundantes en nuestro agradecimiento hacia quienes nos rodean: todos necesitamos ser animados.
Y mientras damos gracias a nuestras familias, asegurémonos de ser exuberantes en nuestra gratitud a Dios, frente a los demás. Así como hizo Daniel (Daniel 6:10), que sea evidente a los demás que nosotros estamos agradecidos de Dios por lo que Él es y lo que Él ha hecho en nuestras vidas, como testimonio de que amamos y atesoramos a nuestro Dios lleno de gracia.
Habla con confianza
Cuando todo sea dicho y el pavo sea no más, “no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Quieres ser sabio, quieres honrar a tu familia, quieres respetar las dinámicas familiares… pero necesitas compartir el evangelio con fidelidad. La salvación es un milagro. Creemos en un Salvador crucificado que se levantó de entre los muertos. Un Dios santo y justo que ama y busca a pecadores.
Probablemente, lo más importante que puedes hacer para prepararte para los próximos días es empezar a pensar en tus familiares que no son creyentes y orar por ellos por nombre, pidiéndole al Señor que los salve, y pedirle a Cristo que te dé poder en Su Espíritu para hablar verdad en amor cuando estén juntos. Si tienes otros familiares que son también cristianos, tal vez pueden empezar a orar juntos por ellos. Entonces, uno o dos de ustedes pueden proclamar confiados al Cristo crucificado y resucitado, sabiendo que Él puede salvar.
Y, ¿sabes qué? Él va a actuar. Él ya lo ha hecho. Tú también estabas perdido, y mírate ahora, pensando en cómo compartir el evangelio con tu familia. Quién sabe, tal vez el año que viene es alguien en tu familia que estará buscando cómo compartir a Cristo a su propia manera.
Señor, que así sea.